viernes, 11 de marzo de 2011

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Es curioso cómo funciona la mente humana. O al menos, yo pensaba que todas eran así, pero espero que no. Así que es curioso cómo funciona mi mente. Pasé unos meses ambiguos, fría y casi sin ningún sentimiento importante o agobiante. Y me sentía bien así, relajada, aunque el tiempo pasaba demasiado deprisa gracias a la rutina, pero no me importaba y me dejaba llevar. Pero una mañana, una maldita mañana, desperté y todas las piezas que tenía en mi cabeza, sueltas y bailoteando felices de no estar conectadas, se juntaron. Hicieron el puto puzzle. Abrí los ojos y se me cayó la venda. Todo estaba mal, iba en mala dirección, iba guiada a la vida que nunca quise llevar. Rompí a llorar silenciosamente y me entraron unas nauseas insoportables y para no ser notada, salí de puntillas al pasillo. Al ver que estaba sola en casa anduve más rápido hacia el baño. Tres o cuatro arcadas después, me puse delante del lavabo, me miré en el espejo y eché agua fría sobre mi cara. Rompí a llorar otra vez, no quería entrar en la ducha, vestirme, prepararme el desayuno, limpiar la cocina, hacerme un porrillo, ver la tele, comer e ir a clase hasta que sean las malditas diez de la noche, llegar a casa, cenar, otro porro y a dormir. Por que era así, día tras día una y otra vez. Quería salir corriendo hasta la casa de mis padres y dormir unos cuatro o cinco días mientras recibía algunos mimos y caprichos. Sí, eso sonaba bien. ¡No! ¿Acaso vas a volver a ser así de débil?- me dije rápidamente. "Está bien, unos días más y pronto será fin de semana. Sólo es... martes. Prff... Vamos."
Preparé todo lo necesario para soportar una dosis de seis horas de dolorosa monotonía.
"Pero... ¡si a mi me encanta esta monotonía! Levantarme de buen humor, poner música a todo volumen mientras me hago la comida, ¡ir a hacer retratos a clase y quizá una interesante conversación antes de ir a dormir acompañado de dosis aromáticas!"
Me odié de nuevo por haber querido escapar. Llegué a mi refugio, mi gran centro, y allí me sentí descolocada y mareada. Asqueada y asquerosa. Resaltaban defectos y me tomaba cada gesto, mirada o palabra como un ataque. Volvía a necesitar escapar. No podía más, se me aceleró el pulso, la vista se me quedó completamente nublada, brazos inmóviles y boca pastosa. No recuerdo los siguientes treinta minutos, lo siguiente que recuerdo es estar en un taxi con mi fiel protectora diciéndole al conductor que fuese al hospital por la quinta avenida.

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