martes, 22 de marzo de 2011

Anhedonía, la palabra más horrible que suena más preciosa.

El tiempo pasa asombrosamente deprisa delante de mis ojos. Y me siento como una niña embobada delante de la caja tonta, mientras las agujas del reloj hacen una carrera sin tu consentimiento.
Mira, joder, mira donde estás, mira a donde has llegado, mira lo que tienes.
Pero sigo rota e insatisfecha, la autodestrucción me come por dentro, me engulle mientras, una pequeña parte de mi bipolar cerebro lucha por la vida sin muchas esperanzas ni ilusiones.
Anhedonía. Jamás olvidaré la primera vez que leí esa palabra. Y, sin saber aún qué significaba me enamoré de ella, anhedonía...
Tampoco olvidaré el momento en el que supe qué significaba esa palabra, y recordé que cuando la había visto por primera vez se estaba refiriendo a mi, y por eso también me enamoró.
La anhedonía es la incapacidad para experimentar placer, la pérdida de interés o satisfacción en casi todas las actividades. Se considera una falta de reactividad a los estímulos habitualmente placenteros. Constituye uno de los síntomas o indicadores más claros de depresión, aunque puede estar presente en otros trastornos, como por ejemplo, en algunos casos de demencias.
Y ahí sigue viviendo, en un rinconcito de mi roído pecho.

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