lunes, 19 de abril de 2010

Porque la chica de la sonrisa de hierro no tenía el corazón de acero...

... y soñaba día a día, como cualquier ser infantil, risueño y esperanzado, con diminutas metas que quizá nunca llevaría a cabo.
Soñaba desde pequeña con vivir unos meses en esos países en los que, a veces, siempre es de noche. Tambien se le llenaba la mente de sonrisas con pensar en largos viajes con un futuro coche, hacía vete tú a saber donde. Soñaba, incluso despierta, con conciertos en bares a miles de kilometros de su casa, un foco abrasador, una desgastada amiga de seis cuerdas, y un público pidiendo más a gritos. Esta singular chica soñaba con las botas militares perfectas, el pelo perfecto, la casa perfecta, la guitarra perfecta, perfecto sexo, perfecto trabajo, perfecta vida irreal. Y fue, quién sabe si demasiado pronto o demasiado tarde, en su plena adolescencia cuando se dio cuenta de lo inútil que es luchar por un perfecto equilibrio. Por las fiestas, las "mentirijillas", el éxtasis de un sábado por la noche en el puerto del Pueblo Perdido, los días en los que follas y los días en los que haces el amor, los atracones de comida a las 3 de la mañana en camas ajenas, el cigarrito de después, el porro de antes, las lágrimas de dolor y las cicatrices del pasado. Todo eso desaparecería con un perfecto equilibrio que jamás lograría alcanzar. Así, aprendió a buscar siempre algo mejor teniendo en cuenta sus defectos, para hacerles cosquillas en las mejillas... y salir ganando.

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