Hay personas que tienen el don de refugiarse en la música, y es que cuando entras en la cálida cueva de unas seis cuerdas te das cuenta de que, por suerte o desgracia, no todo el mundo podrá disfrutar alguna vez de esos momentos de éxtasis. Y la chica con la sonrisa de hierro tuvo ese gran regalo de unos dioses perdidos.
Hay personas a las que se les nota el nerviosismo, y a ella sin duda se le veía a kilómetros. Le temblaban las piernas, reía constantemente, hablaba por los codos y la mayoría de veces sólo para decir barbaridades.
Hay personas que agradecen compañía en la cama (y más aún en una noche de invierno), y sin ser menos lo mostraba cariñosamente en horizontal a la realidad. Que bien la recuerdo, se enredaba a tus caderas con sus largas y delgadas piernas y colocaba su respingona nariz en tu cuello, para erizarte el pelo con su respiración... para qué si no.
También hay personas que saben bailar, cocinar, hacen deporte, se sientan con desconocidos en el tren, comentan las peliculas sin esperar al final, adoran los días de lluvia, madrugan un domingo o pasan tiempo en familia. Y ella no era nada de eso, ni lo sería jamás. A veces le decían que no podría cambiar nunca, y no veía el problema por ningún lado. Siempre detestaría bailar, nunca tendría apetito y el deporte ya no llenaba sus pulmones, asi que era una causa perdida.
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