sábado, 27 de febrero de 2010

Cicatriz.

Me sangran las encías, me duelen las puntas de los dedos y apenas puedo cambiar mi posición fetal en la cama. No puedo mover el cuello y no puedo hablar bien, como si alguien hubiese intentado ahogarme con sus manos. Me duele al respirar... se me rompe el pecho. Este cuarto es demasiado grande para una persona tan pequeña como yo. Me hago diminuta entre las sábanas frias y llenas de ceniza. Las paredes se ensanchan y se alzan a sus anchas, pues ya ni con ellas puedo contar.
A la vez que mi corazón pierde velocidad la gana el reloj de mi mesilla, y se me escapa el tiempo de las manos.
Eso me hace gemir de dolor, sollozar y hacer pucheros, como cuando tenía 4 años y llevaba 2 semanas sin ver a mi madre viviendo en la misma casa.
Ahora lloro descompasada, con esos llantos entrecortados, y grito en un susurro.
Nunca fui de esas personas que abrazan a su almohada, y cuando intenté hacerlo la sentí fria y muerta.
Noté los parpados pesados, los ojos hinchados y la nariz húmeda. Noté el sabor del humo en mi garganta y mis labios agrietados. Noté mi pelo alborotado y mis pantalones caídos. Noté ajena mi piel y delgados mis brazos. Noté mis pies encogerse del dolor y mi espalda se contraía con pequeñas punzadas molestas. Noté los hombros cargados y pesados, y noté mis costillas debilitarse.
Llovía en tres cuartas partes de la habitación dejando las cuerdas secas pero humedecidas.

1 comentario:

  1. No se muy bien como he acabado aquí, leyendo esto. Pero eres increíble y cada vez me lo pareces más. O eso,o yo estoy loca :)

    ResponderEliminar